Temía acercarme a
aquella puerta. La decisión estaba tomada pero mis piernas se resistían a
caminar por el oscuro pasillo. Unos metros más. Mis manos abrieron los dedos
tanteando la cercanía de aquella madera vetusta. Al entrar en contacto con ella
un escalofrío me estremeció. Toqué el cerrojo metalizado, también estaba frío.
Me esperaba hacía mucho tiempo y yo no lo sabía. Los dedos adormecidos
tanteaban pero no acertaban con la cerradura. Quizás era el miedo quien impedía
tener los arrestos suficientes para forzar el pestillo. Tras unos instantes
dubitativos, me atreví a cumplir lo prometido. Hice más fuerza de la necesaria
para abrir la puerta y, tras el fuerte empujón, una bofetada de luz casi me
tira al suelo. Alcé mi brazo a la altura de los ojos para protegerme. Poco a
poco mis ojos se dejaron llevar y la claridad se fue colando en mí. Afuera, una
brisa alegre me dijo, ¡hola!
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