Es obvio, la imagen
personal, el cuidado del cuerpo infunde autoconfianza. Ir al gimnasio, a
centros de estética, es una práctica habitual de mucha gente que pretende
mantener su aspecto físico bello. Bien es verdad que no todo el mundo va por la
imagen, hay personas que lo hacen simplemente por los beneficios de la salud. En
la actualidad está muy considerada la imagen personal. En nuestra cultura, en
relación con la asunción de la corporeidad, se da la paradoja de no asumir las limitaciones
propias de cada cuerpo. La mayoría no quiere envejecer, asumir que los años han
pasado por su vida. Se pretende instalarse en una juventud eterna. En otras
épocas se practicaba una especie de ascesis orientada a “disciplinar” el cuerpo
a favor de los valores espirituales. Una visión dualista que concebía al cuerpo
como la cárcel del alma. Hoy hemos pasado a optar por todo lo contrario, hay
que inscribirse en los gimnasios para practicar deporte, mantener una figura
ideal a costa de lo que sea, de ahí la aparición frecuente de síndromes de
vigorexia, bulimia, anorexia, en aras de un perfeccionismo que no sabe dónde se
encuentra su meta. A mí me parece una manipulación de la belleza y de la
corporeidad.
Es interesante tener la
capacidad de demostrar en la primera impresión toda la valía personal. A veces,
si se pierde esa oportunidad quizás ya no se tenga ocasión de encontrar un
trabajo, mejorar económicamente, vender un producto o conseguir una influencia
determinada. La fachada de un edificio, supuestamente indica lo que contiene en
su interior las paredes de la casa. Y, es curioso, todo el mundo conoce que no
siempre coincide la apariencia con la realidad, importa demasiado la apariencia
exterior y se descuida con suma frivolidad el contenido del interior. El
aspecto externo de la persona está bien pero no se debe descuidar el aspecto
interno. Si se hace una comparación en el gasto de imagen y en formación
personal, observaremos un fuerte desequilibrio a favor de la imagen. Dicho de
otra manera, al poner en una balanza, el gasto en colonia, maquillaje,
peluquería, etc., pesa más, menos o igual que si en el otro lado de la balanza
depositamos el gasto en libros, cursos de formación, arte, etc. El resultado de
esta comparación nos indicará de alguna manera si existe cierto equilibrio
entre la belleza interior y exterior. La boca habla de lo que sale del corazón,
es decir, sacamos hacia afuera lo que vivimos, sentimos y queremos desde
dentro. Una persona cuyos sentimientos profundos es ayudar a quien lo necesita
manifiesta, sin darse cuenta de una forma explícita, ese sentimiento de
generosidad y la convierte, allá por donde pasa, en una persona atractiva. La
alegría interior de estar satisfecho por el cumplimiento de las
responsabilidades emergerá de aquellas personas que transmiten una confianza
hacia los demás lo que ellas ya están viviendo con su virtud. Una persona que
está descontenta consigo misma por algún motivo, será incapaz de transmitir
alegría hacia los otros para hacer ver que su imagen es divertida.
Todos sabemos desenmascarar
las falsedades de los demás cuando no se muestran como son en realidad. La
naturalidad de ser uno mismo es un indicador clarísimo con el que valoramos la
belleza integral de la gente. Nuestra mirada, la forma de caminar, la postura
del cuerpo, la expresión facial, el tono de la voz, son elementos de
comunicación personal que en su conjunto delatan el estado anímico en que nos
encontramos en cada momento. Si entre estos elementos se produce una disonancia
estaremos transmitiendo que existe algo en el conjunto que suena a falso. Por
ejemplo, podemos estar hablando con nuestro vecino intentando convencerle de
que no estamos enfadados con él y al mismo tiempo nuestra voz es excesivamente
altisonante, nuestro rostro serio, adusto y los gestos de nuestras manos
señalándole inquisitoriamente. Sin duda el vecino captará el mensaje
incoherente entre lo que dice y lo que manifiesta con su cuerpo. El ser humano,
en sí mismo, es una gran expresión de la belleza. Vive sin admirar lo que lleva
dentro y se pierde la lindeza de su “posibilidad” y, sobre todo de su
“realidad”. Nuestra mirada se dirige instintivamente hacia las maravillas de la
perfección y nuestra vida las busca para satisfacer el ansia de encontrar su
propio cielo. ¿Acaso no buscamos a tientas como descubrir ese cielo por medio
de la belleza? Quizás esté tan cerca que no apreciamos su presencia.
De
“Caminar a tientas”
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