Los profesores ejercemos en el aula
muchas funciones, además de las propias de un educador. A veces nos ponemos el
sombrero de policía y encontramos en los alumnos las conductas reprobables que
merecen ser castigadas. Otras veces no ponemos la toga de abogados o de jueces.
Interpretamos los hechos, decidimos qué está bien y qué está mal, emitimos el
veredicto de culpabilidad o inocencia, cuantificamos los “delitos” y, no solo
eso, sino que además somos los vigilantes de que se cumpla la pena...
-Los alumnos nos reprochan que muchas
veces no somos justos y con razón. Todos los días les estamos valorando. Unas
veces en el terreno de la disciplina. Ya sea porque se han retrasado a la hora
de la entrada, o en el momento de la entrega de un trabajo, o porque se han
reído, justamente, cuando a nosotros no nos parece oportuno. Otras, en el
ámbito de las relaciones. Valoramos su atención a las explicaciones, estén o no
cansados nos tienen que soportar. Les ponemos numeritos por cada ejercicio que
hacen, por cada examen, por cada evaluación. Optamos por calificar su actitud
personal si ha sido buena, aceptable, negativa o pasiva. Si salen a la pizarra
a resolver algún ejercicio, aunque no quieran, se les expone delante de sus
compañeros a hablar de un tema, les interese o no. Simplemente tienen la
obligación.
Están dentro de los muros del terreno escolar. Confinados, como en una
cárcel, sujetos a las normas que ellos no han elegido. Obligados a aprender
contenidos impuestos por el proyecto curricular. Materias diseñadas para
responder a las pretensiones de la sociedad. Exigencias dentro de un marco
competitivo. Hay que saltar por encima los obstáculos que se les va poniendo
durante su recorrido escolar. Superar, curso a curso, un nivel cada vez mayor
que el anterior. Hasta alcanzar la meta de pertenecer a la enseñanza superior. Ello
quiere decir que se ajustan al sistema. Han cumplido con los méritos que le
demanda la sociedad. Al alcanzar ese estadio superior se supone que se habrán
cumplido las promesas de tan esperada recompensa final.
"De mi último libro, ¿Para qué fui a la escuela?"