Intenta fijarte en los puntos negros ... Lo mismo pasa con los corruptos. ¡Una pena!
Vivir y sentir
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domingo, 19 de octubre de 2014
jueves, 16 de octubre de 2014
Hace más de 50 años...
La escuela era pequeña, tenía dos aulas y cada una
de ellas presidida en el centro por una estufa de leña, con un tubo unido al
techo por el que salía el humo. Durante los fríos inviernos era muy apreciada
por alumnos y maestro. Encima de la pizarra estaba colgado el crucifijo y a la
derecha del encerado el dibujo de un calendario con el día, mes y año en curso.
Una veintena de pupitres con asientos abatibles de madera. En el centro y a la
derecha de la mesa, sendos tinteros de porcelana insertados en unos agujeros
destinados para ello. El maestro cada día encargaba a dos niños de llenarlos
con tinta azul que previamente había preparado en una botella de relleno.
Recordaba la tonadilla de las canciones que enseñaba Don Antonio para que todos
los niños aprendieran la tabla de multiplicar. Una por una es una. Una por dos
es dos.., El patio escolar no existía y era sustituido por la calle del pueblo.
Durante el recreo daba tiempo de acercarse a casa, comer un pequeño bocadillo
de salchichón (¡qué rico le sabía!) y
además jugar un partido de fútbol con sus compañeros. Las porterías estaban
delimitadas con dos piedras gruesas en medio de la calle y cualquiera de la
clase entraba en el equipo que menos gente tuviera. Algún pescozón
repartía el maestro cuando no se cumplía
con los deberes estipulados, pero no se tomaban como castigos dañinos, sino
como correcciones necesarias para la educación. David recordaba lo mucho que
aprendió con aquel maestro. Le impactaba el afán que tenía por aprovechar todos
los materiales escolares. Recogía los grandes carteles que anunciaban
espectáculos y los recortaba en formato de folio para que los niños pudieran
hacer las cuentas por la parte no escrita. De alguna manera se había adelantado
a los tiempos actuales cuidando con el reciclado el medio ambiente.
De "El Mago Mangarín"
miércoles, 15 de octubre de 2014
AROMAS
Huele a monte
Huele a tala de pinos, leñador
Huele a prado
Huele a leche fresca, vaquero
Huele a mar
Huele a dolor de huesos, pescador
Huele a cuna
Huele a lindo bebé, mamá
Humo blanco y pan de leña
Verde prado, nata espesa
Pescado, sal, fina arena
Amor materno, paz serena.
Huele al amor
lunes, 13 de octubre de 2014
PIQUITOS DE ORO
No quiero
matar al mensajero. Bastantes intereses existen en los poderosos como para
darles razón en sus desmanes. Simplemente quiero pedir a muchos periodistas que
hagan el mismo ejercicio de autocrítica que exigen a quienes se les ponen en su
camino.
He zapeado
en los canales de la televisión y empezando desde el primer canal hasta el
último existe un abrumador despliegue de tertulias sobre el ébola. Periodistas
criticando como hienas las incompetencias, la mayoría cargados de razón, de los
políticos, de los responsables de la gestión, de los protocolos utilizados, de
los fallos que han producido el contagio de una mujer que hoy se encuentra
entre la vida y la muerte.
He
escaneado las emisoras de radio y lo mismo. Bla, bla, bla, sobre el mismo tema.
Excepto a los periodistas dedicados al deporte. Cuando es sobre el futbol
incluso he notado cómo asomaba la campanilla de alguno de ellos gritando gol…durante
siete respiros juntos. Creí que se habría producido un milagro para la
humanidad. Pero no. Simplemente una pelota había traspasado una línea blanca
marcada con yeso en el césped de un campo de futbol.
Horas y
horas de futbol, tenis, fórmula uno, motos GP, gran hermanos, chismes de
famosillos y poco más. Todos los programas guiados por tantos y tantos profesionales
con un piquito de oro. Así nos entretienen con noticias falaces, así duermen
nuestros sentidos, así complacen a sus amos y no muerden la mano que les da de
comer. Asisten a ruedas de prensa que no admiten preguntas, pues ¿a qué van? Se
sabe lo que van a opinar por la marca de su empresa, ¿dónde está la libertad
que pregonan?
La noticia
no es virus que padece Teresa, que ojalá salga de ésta. La noticia es que hay
cuatro mil personas que han muerto por causa del mismo virus. Eso sí, de otro
color, en otros países. ¿Dónde están los periodistas? Allí no los mandan sus
amos. Allí no se ven imágenes, ni se oyen testimonios, ni se entierran
dignamente, ni se atienden humanitariamente, ni se preocupan por los perros que
conviven con el virus, ni hay manifestaciones de animalistas. Allí no es
noticia la muerte.
Dónde están
esos piquitos de oro que hagan conscientes a los estados de estas situaciones.
¿Acaso en el siglo XXI todavía se tiene la creencia de que la humanidad está
dividida en hombres de primera y hombres de segunda? ¿Qué enseñan en las
escuelas de periodismo? ¿A ser piquitos de oro o mostrar la realidad que ayude
a reflexionar sobre el bien común?
domingo, 12 de octubre de 2014
ACEPTAR LAS PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN
Esperar que mañana irá mejor es
un deseo natural de la persona. Pero se necesita diferenciar entre deseo y
realidad. El deseo invita al crecimiento y la realidad limita la dimensión,
cualquiera que sea. Cuando la realidad es contrastada repetitivamente, el deseo
puede quedarse en pura fantasía que desemboca en frustración.
Ejemplo: Deseo correr la maratón que se ha organizado en la
ciudad. Necesito un plan de preparación física anterior a la carrera. En
tiempos pasados fui capaz de llegar a la meta. Ahora no me importa tardar un
poco más. Tengo 85 años. El deseo de realizar la maratón quizás me empuje a
realizar más ejercicio físico que lo que hago habitualmente como es caminar
unos 200 metros. Es decir que invita a la superación, a incrementar unos metros
más mi paseo diario.
Confundir el deseo con la
realidad puede producir frustración, seguro. Aceptar la realidad, 85 años. Es
aceptar las pasividades de disminución. ¿Para qué ir al médico a que me quiten
la artrosis que soporto desde hace 20
años y así pueda correr unos kilómetros? Es más sencillo asumir la realidad que
pelear con la frustración.
Integrar la superación y el éxito
en nuestras vidas se lleva muy bien, es satisfactorio, enorgullece, humaniza. Asumir
el decrecimiento, el fracaso tiende a rechazarse de plano, es insatisfactorio,
produce tristeza, se suele esconder para que nadie se entere y se dé cuenta.
¿Acaso no es también un
distintivo revelador e innato del ser humano? ¿Por qué se tiende a deshumanizar
el decrecimiento?
Theilard de Chardin insinuaba en su libro El medio divino la
importancia de encontrar un sentido a esas pasividades de disminución. El dolor
es la percepción vital de nuestro “menos-ser”, cuando éste se agrava, o se
alarga. Quizás así podamos comprender mejor
el misterio de la propia razón de vivir.
Rafa Roldán
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