martes, 24 de marzo de 2015

La ceguera remunerada

         En la medida que el cuerpo va envejeciendo también lo hacen sus órganos y es normal constatar cómo la gente mayor acaba teniendo problemas con sus ojos. Es muy frecuente observar en personas de cierta edad cómo alejan los textos de la vista y estiran el brazo hasta encontrar la distancia apropiada que les permita leer. Acompañando con resignación el siguiente comentario: “Sin gafas no veo ni torta”. Para buscar solución a este problema lo sencillo es ir al oculista y comprar las gafas que recomiende. En resumen, para encontrar la solución hay que pagar, bien sea directamente o por medio de la obligación con el fisco, pero pagar.

         Sin embargo hay cegueras que son retribuidas. Puede sonar a chanza pero no, es mucho más frecuente de lo que nuestra imaginación pueda alcanzar y nuestra fantasía soñar. No todo el mundo reúne los requisitos para desarrollar una ceguera retribuida, se necesita disponer de unas características especiales. En primer lugar valorar el dinero como motor y gasolina para el movimiento y en segundo lugar, estar profundamente convencido de que los principios son coherentemente válidos hasta que se cambien por otros. Como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.” Con estos dos requisitos se consigue estar en disposición de ejercer la ceguera remunerada.

Al ciego remunerado le pagan por ver la realidad que le beneficia, exclusivamente. Su mirada se concentra en la visión de la realidad que le resulta más conveniente. Afronta los problemas tomando las directrices que le resulten más cómodas, aunque tengan malas consecuencias para sus próximos. Y dedica sus esfuerzos intentando convencer a quienes le rodean de que lo bueno es lo que ellos ven como tal. Como solía decir Spinoza que los conceptos de “bueno” o “malo” son como unas proyecciones imaginarias, es decir, no se desea algo porque sea bueno, sino que se llame bueno porque se desea.


Pensaba Leonardo Da Vinci que los ojos son la ventana del alma. Por ello el ciego remunerado evita mirar con transparencia no vaya a ser que descubran sus verdaderas intenciones y quede en evidencia la calaña de sus deseos.

domingo, 22 de marzo de 2015

Presentación libro SIN TECHO Y DE CARTÓN

“Sin techo y de cartón nos invita a contrarrestar nuestra propia indiferencia, a volver a poner a la persona en el centro; la persona real, de carne y hueso, con nombre. Son más de treinta personas, con nombre e historia, las que en este libro entrecruzan sus vidas y destinos. De alguna forma, casi todos los retratos nos son conocidos. Habla de madres y abuelas, de hombres y niños, de esposas e hijas, de trabajadores y desempleados, de vecinos e inmigrantes, de profesionales y religiosos, de grandes en humanidad y de miserables, quizá de nosotros mismos. Habla de amistad, amor, fracasos…” 
Jorge Nuño Mayer 


lunes, 16 de marzo de 2015

RECUERDOS

Romper una vida
 y las hojas escritas
 que miran al universo
 con la fuerza del alma. 
 Para encontrar al ser
 que a la humanidad
 le gustaría llegar a ser. 

 Borrar el pasado
 y sus cartas escritas 
con el encanto 
de haber saboreado el azúcar, 
 y escupido la hiel 
sin herir a la historia 
 que te ha hecho crecer. 

 Sorprender al presente 
y mirar el reloj 
con pasión adolescente 
carente de tanta vida 
que espera la suerte 
de vivir hasta la muerte 
con paz y mesura. 

 Dejar el pasado, 
 vivir el presente 
amar hasta el final 
tronzar lo vivido 
con sierra de acero 
sangrar exprimiendo 
el corazón, en un cuento.

martes, 10 de marzo de 2015

Estómagos agradecidos

         Hay una especie humana en periodo de desarrollo y aumento progresivo. No tienen nombre y se esconden detrás de las espaldas de quien les protege. Se disfrazan con las auténticas armas de los camaleones para adaptarse perfectamente al color de la tierra que pisan. No piensan, no sienten, no opinan, no se ponen al frente de nada, siempre obedecen órdenes de arriba. Ellos no tienen la culpa de nada, se limitan a cumplir su misión, a salvar a las organizaciones que les dan de comer.

         Suelen estampar en su frente el escudo de la familia dominante y se adornan con los galones y las estrellas del régimen de turno. Ejecutan la misión encomendada sin cuestionar la moralidad de sus acciones. El criterio del valor ético lo delegan en sus superiores que son los que piensan. Ellos están para salvar e imponer su orden con las directrices encomendadas por el dirigente de turno. Sean buenas o malas, éticas o inmorales, responsables o irrespetuosas. Da igual, lo fundamental es servir al régimen que les ha premiado. No piensan jamás en morder la mano que les da de comer.

         Sus argumentos se fundamentan en las normas establecidas por la autoridad máxima. Siguen el argumentario oficial, el pensamiento único no debe dejar nada a la reflexión sobre la responsabilidad personal. Al jefe le preocupa que las personas adheridas a su régimen sean contagiadas por la sensatez y hacen todo lo posible para vacunarlas con la inoculación de ideas diferentes para que sean los propios súbditos quienes se protejan del peligroso virus llamado libertad. Las ideas basadas en la libertad suelen ser potentes armas que cuestionan lo establecido, por tanto, son potencialmente peligrosas. Podría parecer que solo me estoy refiriendo a algunas características de las políticas de regímenes totalitarios. Pero no, también estoy haciendo referencia a las pequeñas organizaciones empresariales, educativas, religiosas e incluso familiares.

         Porque estómagos agradecidos hay en todas las partes. Es más fácil dejarse premiar y aplaudir al que rellena el almacén de tu casa que enfrentarse al opresor que roba en la propiedad del vecino. La ignorancia consentida es complaciente con el tirano hasta que éste viola a la mujer del que siempre mira para otro lado ante la injusticia. Entonces, y sólo entonces, se da cuenta de la perversión de su silencio.

         A estos estómagos agradecidos se les distingue porque cuanto mejor se describe su idiosincrasia menos se reconocen. Han aceptado en su interior que son casi perfectos y se adjudican tal grado de autoestima personal que es imposible tocar su invulnerable corazón. No perciben el vacío que se produce a su alrededor y, como mucho, sienten una cierta distancia que ellos consideran como la medida justa que separa al inculto del docto, al pecador del impoluto. Es la denominada carga del cargo. Son impasibles ante las evidencias que constatan la sobreactuación en sus manifestaciones vacías de autoridad y teñidas del color partidista de su dueño.
        
         Tienden a subir peldaños en la escalera oliendo el trasero de quien está en el peldaño superior. Escalando poco a poco en su ascenso hasta situarse en el nivel de incompetencia. Como afirma el principio de Laurence J. Peter: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. Se les olvida que la escalera está asentada sobre una base inestable y apoyada en una pared de cartón.


domingo, 1 de marzo de 2015

EL ESCRITOR Y LOS BENEFICIOS ECONÓMICOS


Una apuesta por el ánimo de pérdidas y sin ánimo de lucro.


            La mayoría de las personas piensan que un escritor después de escribir un libro, éste  aparece en las librerías del país, los clientes lo adquieren y la cuenta corriente del escritor comienza a incrementar el saldo a su favor. Error. Nada más alejado de la realidad. Ni siquiera se puede aplicar a los mejores escritores de reconocida fama.

            Lo más habitual es que un escritor esté apasionado por un tema concreto y desee comunicarlo a las personas porque le seduce dar a conocer sus ideas, sus fantasías, sus sentimientos, su forma de ver la vida… Y, como se siente feliz escribiendo, pasando horas organizando el contenido, dejando volar su imaginación, consultando libros e información sin descanso, observando la vida, las personas, las situaciones, consigue plasmar en el archivo de un ordenador, miles de palabras escogidas, mimadas, excavadas en el fondo del diccionario, para transmitir su mensaje de la mejor manera posible.

            El escritor o la escritora, en adelante los denominaré autor, sin ánimo de herir susceptibilidades de género y para no complicar la redacción del escrito. Pues el autor, después de pasar interminables horas frente a la pantalla del PC consigue concluir el libro y lo lee y relee una y otra vez. ¡Por fin puede publicarlo! Desde este punto comienza el camino hacia el calvario de la edición.

            Si además el autor es novel y no nobel, la cruz que debe soportar todavía es más pesada. Su primera pregunta es: “Y ahora, ¿a quién le enseño el libro para que se publique?”  La respuesta parece sencilla. A una editorial, claro. Se envían correos a las editoriales y como mucho te contestan amablemente. Ellas saben que si quieren tener negocio deben hacer caso a los autores que hayan vendido más de 5000 ejemplares de alguna de sus publicaciones. A no ser que algún amigo te asegure el marketing y la publicidad en los medios de comunicación. Ya se sabe, sólo se vende lo que se conoce.

            Como no es fácil ser principiante e incluso veterano en el arte de escribir, vendiendo esa cantidad de libros en un santiamén, recurre a las editoriales de autoedición. Éstas publican el libro si lo mandas corregido totalmente. Con las imágenes correspondientes, prácticamente maquetado, te dicen que lo distribuirán a no sé cuantas librerías, pero no te explican que los distribuidores sólo distribuyen los libros que “venden” es decir aquellos que seleccionan las librerías porque son los que les proporcionan los beneficios, totalmente razonables, para que mantengan su negocio. Como se puede apreciar ese libro todavía no se “vende”, simplemente aspira a ello.

El resultado es que la autoedición corre a cargo del autor, paga la impresión, la supuesta publicidad que te van a dar en las librerías de venta en e-book, y el sello de la editorial que queda impreso en cada libro. Todos los gastos son para el autor y le mandan el paquetón de libros a su casa. Por fin ha conseguido tener mucho más que un archivo en el ordenador, ha conseguido ocupar parte de la habitación de su vivienda con cajas de libros.
            Ya puede regalar a la familia, a los amigos y a los compromisos que haya adquirido. Eso es amor al arte y a la literatura. Los bolsillos vacíos y la casa llena de letras. Romántico, emocionante.
           
Pero autor es insistente y no se rinde a la primera. Entonces decide buscar un agente literario. Y con mucha suerte alguno le responde diciendo que debe invertir en la publicación de su libro una cantidad de dinero que para conseguirla necesitará vender por lo menos 1000 libros para recuperar los euros invertidos.

Pongamos un ejemplo comparativo:
Una persona contratada cobra unos 800 € al mes. Trabaja unas 160 horas. Veamos que necesita realizar un escritor para llegar a esa cantidad.

Autor apoyado por una agencia literaria:
Un escritor escribe un libro de unas 160 páginas en un mes, dedicando unas 160 horas si es un experto literario. Si tiene la suerte de que se lo publica una editorial sabe que si el libro se vende a 10 €, a la imprenta le corresponde unos 2 o 3 €, el distribuidor se queda  4 o 5 €, la librería que lo vende alrededor de 3 € y al autor le pasarán 1 € de los cuales debe pagar sus impuestos, con lo que el autor obtiene unas ganancias de 0,8 € aproximadamente, por cada libro vendido. Es decir que, para ganar 800 € necesita que la editorial haya vendido 1000 libros, en un mes. Todo un best seller.

            Por fin ha conseguido recuperar el dinero que tuvo que invertir con la agencia literaria para que le publicaran su libro. Es decir, hasta ahora no ha obtenido ningún beneficio económico. Necesitará que se vendan otros 1000 ejemplares para poder cobrar 800 €. Si se da esta situación observaremos que se ha producido el milagro y nos encontramos ante un aspirante a ser reconocido como un autor muy, pero que muy, destacado.

Autor que opta por la autoedición:
            El mismo libro descrito en el apartado anterior de 160 páginas. Cuesta alrededor de 2000 € si imprime 1000 ejemplares. Necesita vender personalmente 200 ejemplares, entre familia, amigos y conocidos (que son muchos) para poder recuperar los 2000 € de la edición.
            Pero si quiere ganar los 800 € deberá llenar la mochila con 100 libros más y dedicarse a venderlos puerta a puerta y hacerse un verdadero agente comercial. Estupenda profesión con la que no esperaba tener que especializarse. Incluso puede hacerle pensar que su vocación era precisamente esa ser agente comercial. Todo un descubrimiento.

Menos mal que los verdaderos beneficios no son económicos, ni crematísticos. Lo que verdaderamente llena al autor es su generosidad al expresar en unas páginas el pensamiento, la emoción, las cuitas y alegrías del ser humano, necesidades imprescindibles para hacer de este mundo un lugar de convivencia y libertad.