lunes, 23 de febrero de 2015

En clave positiva

La vida de una persona se entiende si conoces, además de su  dedicación laboral, esas otras tareas que se llevan a cabo a lo largo de los días, de las semanas, de los meses y de los años, diría yo. En el trabajo diario se manifiesta uno como es, no queda la menor duda. Pero existen otros aspectos de la vida cotidiana que pueden llegar  a ser mucho más significativos para describir la forma de actuar de las personas. He visto a gente muy educada en las relaciones laborales y cuando se mete en un campo de fútbol sufre una transformación en su personalidad impresionante. A veces, llegas a preguntarte si es la misma persona. Su vocabulario cambia de forma radical, el volumen de la voz aumenta demasiados decibelios y el rostro se configura con aire desencajado. Más tarde, a esa misma persona, la observas en casa acariciando las manos de su bebé de tres meses y descubres como la ternura se desparrama entre sus dedos transmitiendo una paz sin medida, un cariño inefable, una sobreprotección que invade el universo en su totalidad. ¿Puede la misma persona alternar estados anímicos tan dispares sin despeinarse? La respuesta está clara, por supuesto.
Sin embargo a mí me resulta muy complicado actuar de esa manera. Los cambios tan bruscos sólo puedo realizarlos si los medito con anterioridad y decido representar ese tipo de cambio.
Si he llegado a amar la tarea educativa ha sido como fruto de un proceso lento en el  que he ido descubriendo la importancia  de transmitir  los valores  que son sólidos

 para fundamentar los cimientos de la vida personal. Ese proceso parte de asimilar que lo bueno y duradero para mí puede serlo para los demás.  Enseñar  a apreciar cada minuto de nuestra vida es la mejor manera  de hacerse rico. El tiempo tiene un valor infinito. Segundo que pierdes jamás podrás recuperarlo.  No se puede vivir en el pasado porque ya pasó, ni en el futuro porque está por venir. Te queda el presente para vivirlo en plenitud sabiendo que se transforma ineludiblemente en pasado. El tiempo perdido es el tiempo que has desperdiciado por tu inconsciencia. El tiempo ganado lo puedes medir por  el disfrute de la riqueza que te ha ofrecido la grandeza de existir. Cada uno decide cuánto se quiere perder o ganar. 
Me gusta hacer pensar sobre estas cosas porque yo estoy ocupado en ellas. No digo pre-ocupado. Procuro disfrutar cada momento de lo que me ofrece este mundo tan generoso.
Si estoy en clase con los alumnos lo vivo como unos momentos de privilegio. Ellos me aportan un montón de experiencias. Me hacen pensar, reír, trabajar, jugar, decidir, incluso, por qué no decirlo, llorar. Deseo estar con ellos y al mismo tiempo necesito distanciarme de ellos para luego acompañarlos con mayor intensidad y dedicación.

Si no estoy con los alumnos disfruto del ocio y de la tarea que me proponga.  Lo importante es estar en actitud de recibir lo que te ofrece la vida como un regalo. Hay que abrirlo con la mayor ilusión del mundo, utilizarlo como algo que has deseado toda tu vida y compartirlo con quienes te rodean para que se contagien de tu alegría.
De "Recetas de aula"

miércoles, 18 de febrero de 2015

IMAGEN PERSONAL Y BELLEZA

Es obvio, la imagen personal, el cuidado del cuerpo infunde autoconfianza. Ir al gimnasio, a centros de estética, es una práctica habitual de mucha gente que pretende mantener su aspecto físico bello. Bien es verdad que no todo el mundo va por la imagen, hay personas que lo hacen simplemente por los beneficios de la salud. En la actualidad está muy considerada la imagen personal. En nuestra cultura, en relación con la asunción de la corporeidad, se da la paradoja de no asumir las limitaciones propias de cada cuerpo. La mayoría no quiere envejecer, asumir que los años han pasado por su vida. Se pretende instalarse en una juventud eterna. En otras épocas se practicaba una especie de ascesis orientada a “disciplinar” el cuerpo a favor de los valores espirituales. Una visión dualista que concebía al cuerpo como la cárcel del alma. Hoy hemos pasado a optar por todo lo contrario, hay que inscribirse en los gimnasios para practicar deporte, mantener una figura ideal a costa de lo que sea, de ahí la aparición frecuente de síndromes de vigorexia, bulimia, anorexia, en aras de un perfeccionismo que no sabe dónde se encuentra su meta. A mí me parece una manipulación de la belleza y de la corporeidad.

Es interesante tener la capacidad de demostrar en la primera impresión toda la valía personal. A veces, si se pierde esa oportunidad quizás ya no se tenga ocasión de encontrar un trabajo, mejorar económicamente, vender un producto o conseguir una influencia determinada. La fachada de un edificio, supuestamente indica lo que contiene en su interior las paredes de la casa. Y, es curioso, todo el mundo conoce que no siempre coincide la apariencia con la realidad, importa demasiado la apariencia exterior y se descuida con suma frivolidad el contenido del interior. El aspecto externo de la persona está bien pero no se debe descuidar el aspecto interno. Si se hace una comparación en el gasto de imagen y en formación personal, observaremos un fuerte desequilibrio a favor de la imagen. Dicho de otra manera, al poner en una balanza, el gasto en colonia, maquillaje, peluquería, etc., pesa más, menos o igual que si en el otro lado de la balanza depositamos el gasto en libros, cursos de formación, arte, etc. El resultado de esta comparación nos indicará de alguna manera si existe cierto equilibrio entre la belleza interior y exterior. La boca habla de lo que sale del corazón, es decir, sacamos hacia afuera lo que vivimos, sentimos y queremos desde dentro. Una persona cuyos sentimientos profundos es ayudar a quien lo necesita manifiesta, sin darse cuenta de una forma explícita, ese sentimiento de generosidad y la convierte, allá por donde pasa, en una persona atractiva. La alegría interior de estar satisfecho por el cumplimiento de las responsabilidades emergerá de aquellas personas que transmiten una confianza hacia los demás lo que ellas ya están viviendo con su virtud. Una persona que está descontenta consigo misma por algún motivo, será incapaz de transmitir alegría hacia los otros para hacer ver que su imagen es divertida.

Todos sabemos desenmascarar las falsedades de los demás cuando no se muestran como son en realidad. La naturalidad de ser uno mismo es un indicador clarísimo con el que valoramos la belleza integral de la gente. Nuestra mirada, la forma de caminar, la postura del cuerpo, la expresión facial, el tono de la voz, son elementos de comunicación personal que en su conjunto delatan el estado anímico en que nos encontramos en cada momento. Si entre estos elementos se produce una disonancia estaremos transmitiendo que existe algo en el conjunto que suena a falso. Por ejemplo, podemos estar hablando con nuestro vecino intentando convencerle de que no estamos enfadados con él y al mismo tiempo nuestra voz es excesivamente altisonante, nuestro rostro serio, adusto y los gestos de nuestras manos señalándole inquisitoriamente. Sin duda el vecino captará el mensaje incoherente entre lo que dice y lo que manifiesta con su cuerpo. El ser humano, en sí mismo, es una gran expresión de la belleza. Vive sin admirar lo que lleva dentro y se pierde la lindeza de su “posibilidad” y, sobre todo de su “realidad”. Nuestra mirada se dirige instintivamente hacia las maravillas de la perfección y nuestra vida las busca para satisfacer el ansia de encontrar su propio cielo. ¿Acaso no buscamos a tientas como descubrir ese cielo por medio de la belleza? Quizás esté tan cerca que no apreciamos su presencia.   

De “Caminar a tientas”

viernes, 13 de febrero de 2015

NIEBLA

NIEBLA
Niebla
gris, húmeda, dispersa
envuelta en la mañana de enero,
sentada en mi valle del Ebro.

Niebla
mojada, serena, fría.
Origen y causa de aturdimiento,
algodón flotante en mi pensamiento.

Niebla
cobarde, tímida, serena,
desaliento al sol punzante
sonrojo de tu flaqueza resistente.

Niebla
mezquina, sórdida, miserable.
Empapada sábana sutil.
Nubarrón caído, dormido, pueril.



viernes, 6 de febrero de 2015

BELLEZA Y FELICIDAD

            Deseamos con ansia vivir momentos de placer absoluto y solemos experimentar una sensación de que siempre falta un paso más para disfrutar en plenitud. Sintonizar con la propia esencia del ser humano recogida en la belleza no está al alcance de cualquiera.  Dejar volar a uno de los sentidos, por ejemplo la vista, el oído o cualquier otro, hasta confluir con un estallido de felicidad significa vibrar con una de las aspiraciones humanas más genuinas: tocar la ontología utópica. ¿Cómo calibrar esa realidad misteriosa? Cuando viajamos disfrutamos contemplando un paisaje bello. Nos atrae la belleza de una mujer o de un hombre. Sentimos el placer cuando escuchamos la melodía de una música. Cualquier percepción de lo perfecto en nuestras sensaciones nos impulsa a disfrutar felizmente y deseamos que ese momento no acabe nunca por el placer que nos produce. Sin embargo, sabemos que es demasiado perecedero y pronto ese estado de bienestar pasará, dejando nuestro ser hasta el nuevo encuentro, a otra situación que nos transporte de nuevo a experimentar un cachito de felicidad, tantas veces perdida.

La abundancia excesiva de un momentáneo placer puede contribuir a embotar el resto de los sentidos que disponemos para deleitarnos con amplitud de la belleza. Se aprecia mucho mejor el valor de las cosas cuando se ha experimentado la carencia de ellas. Imaginemos que estamos de visita en un museo de renombre y en una sala amplia se exponen numerosos cuadros del célebre pintor Goya. Instantes antes acabamos de haber contemplado ocho salas con pinturas clásicas de otros grandes autores pictóricos. Posiblemente apenas nos detendremos en analizar y disfrutar de la belleza de uno solo de los cuadros del pintor aragonés. Sin embargo nos acercamos a la ermita de Muel. Este pueblecito está ubicado a pocos kilómetros de Fuendetodos, pueblo zaragozano donde se encuentra la casa natal de Goya, y contemplamos exclusivamente las pinturas de las pechinas, seguramente apreciaremos con más intensidad la calidad de la obra del famoso pintor.

Otra expresión de búsqueda en esta ardua tarea de explorar a tientas un modelo que nos acerque a la felicidad es la preocupación por la belleza personal, por ejemplo cuando pone el acento en la forma de vestir. Se desea ir vestido según unos patrones que los medios de comunicación ya se preocupan de insertar los modelos a seguir a través de la publicidad. Estos medios de comunicación tienen bastante influencia en la apreciación de la belleza. Si nos referimos a la distinción de una persona bella, ésta se valora si se adecúa al estereotipo marcado por la sociedad. Es decir uno está guapo o feo en función de su fidelidad a la moda y por supuesto, hay que gastarse ingentes cantidades de dinero en el vestido y sus complementos respectivos. Así la belleza no emerge desde dentro de la persona sino que llega del exterior invadiendo la libertad de ésta. La percepción sensorial de la hermosura es el resultado de la confluencia de múltiples factores, la figura del cuerpo, la concepción de belleza admitida en función de la zona geográfica donde se vive, la visión personal subjetiva de la persona que la valora, etc. Pero siempre estamos hablando de una percepción exterior de la belleza. Hay gente encantadora, que a primera vista, no parece tener una hermosura extraordinaria, pero una vez que se le conoce con más intensidad, comienza a desprender por todos los poros de su ser una energía especial que la convierte en una persona realmente bella. El cuento de La bella y la bestia expresa esta idea con una simplicidad inmejorable, la belleza habita especialmente en el interior pues está fundamentada en la virtud.

De “Caminar a tientas”


domingo, 1 de febrero de 2015

ARTE Y BELLEZA

El concepto de belleza suele estar unido a la concepción de arte. Y las obras de arte casi siempre están valoradas por la subjetividad personal. Normalmente se califican de “obra de arte” cuando se produce la excelencia en la obra. Algunos la pueden confundir por la cantidad de dinero que ofrece el mercado, pero se trata más bien de la historia que tiene, de su singularidad, perfección, placer estético, sensibilidad, etc. que transmite el autor. Hay obras de arte que despiertan en algunas personas unas emociones inusitadas y, sin embargo a otras, esas mismas obras, las deja en la indiferencia más anodina. El aspecto subjetivo que lleva consigo el arte y la belleza es determinante para valorar su relevancia en la justa medida. No obstante el arte nos sitúa frente a la belleza, lo cual hace abrir nuestros sentidos al descubrimiento de conceptos abstractos que definen en profundidad los intereses más elevados del espíritu humano. El arte sugiere la capacidad del hombre para acercarse a la idea de la perfección. Le sitúa en el lenguaje simbólico que le comunica con lo misterioso, lo transcendente, la religión. La imaginería es y ha sido fuente de devoción en el creyente. A través de la escultura ya sea de la figura humana u ornamental, el hombre ha representado los diferentes estados psicológicos, físicos y espirituales. La pintura también es una referencia para la contemplación de la belleza en el paisaje, en el rostro humano, en la mezcla de colores que identifica el espíritu y los sentimientos más entrañables del ser humano. No digamos nada de la importancia de la música, la danza, o la poesía como los medios más genuinos para expresar en toda su extensión los sentimientos más profundos de la persona. El hombre moderno, en cierta medida parece estar empeñado en ocultar la belleza. En la arquitectura observamos los edificios actuales que se caracterizan por líneas rectas, espacios decorados con un exceso de minimalismo, cargados de funcionalidad, fríos, anodinos. Si los comparamos con los edificios antiguos donde predominan las líneas curvas, nos daremos cuenta que la diferencia es enorme si compara con otras épocas ya pasadas. Columnas redondas y esbeltas, frisos, volutas, adornos por doquier. Actualmente todo está valorado por la economía, la utilidad. Cuesta concebir el gasto del dinero en cosas inútiles, carentes de utilidad, inservibles. Lo que sirve es lo más valioso y aquello que carece de provecho se desprecia sin compasión. ¿Nadie echa en falta el amor a la belleza? Se vive en la abundancia derrochadora que es capaz de dilapidar los recursos más básicos para la existencia de la humanidad y provocar grandes crisis a nivel económico y social. Sobre la cultura y el arte, la belleza parece estar escondida. Existe poca preocupación por salvar el gran tesoro del mundo: la belleza. ¿Dónde está quedando la pasión por la literatura, la pintura, la escultura, la oratoria, la búsqueda de la sabiduría que da sentido al futuro de cada persona? Lo importante y prioritario es pagar la hipoteca, no perder o encontrar el trabajo que proporciona el dinero necesario para vivir. Disponer de unos días de vacaciones al año para viajar de un lugar a otro, cuanto más lejano mejor, en las que otras personas te sirvan la comida, te faciliten un bienestar soñado durante una semana, quince días o tal vez un mes. Cambiar el automóvil por otro de una gama más alta. Esperar a que abran las puertas de los centros comerciales el día del gran acontecimiento informático que anuncia la salida de un nuevo modelo de iphone como muestra de que eres el paradigma de persona que está al día en las herramientas informáticas de última generación. Un petimetre obsesionado por seguir la moda. El hombre siente un deseo irrefrenable de conseguir cuantas más cosas mejor y al precio que sea devora cada una de ellas tragando el sinsentido del consumo. Y no será porque no haya evidencias de arte por todas partes. Basta echar una mirada a los museos repletos hasta la saciedad de las obras más espléndidas realizadas por los hombres. Se está intentando recoger la belleza y encerrarla en espacios para que se pueda contemplar. La belleza no se almacena. Se ha olvidado estimular los sentidos para que desarrollen la creación de esa misma belleza. Qué persona cuando contempla el lienzo de un pintor clásico se le eriza el pelo, no tanto por la calidad de la obra, que también es posible, sino por sentir en su propio ser la capacidad creadora de la humanidad de la cual él mismo se siente integrado plenamente. Se miran las cosas de forma individual y sólo se repara en el estado momentáneo, “este cuadro me gusta y este otro no”, pero no se percibe el sentido del alma creadora de la humanidad, la belleza, sin la cual esta vida puede aparecer como un absurdo. 

 De “Caminar a tientas”


domingo, 25 de enero de 2015

Verdad o mentira

La verdad es nombrar o hacer referencia a un hecho que se corresponde con la realidad. También es la correspondencia existente entre la idea y la fidelidad a esa idea. Pero muchas veces se usa el término para referirse a la honradez en el sentido de obrar con integridad.
La mentira es  una declaración falsa, de manera parcial o en su totalidad, con la finalidad de ocultar la verdad, con la misma graduación de intensidad parcial o total, ejercida en el engaño. Se puede engañar a la gente con expresiones especialmente genuinas o pintorescas y también se pueden generar mentiras resaltando parcialmente alguna de las partes de la verdad.
A mí me gusta simplificar las cosas al máximo. Como dice el refrán: “Al pan, pan y al vino, vino”. Las personas que van con la verdad por delante no necesitan de grandes frases para explicar la realidad. Ejemplo: “He metido el pie hasta el tobillo en un charco lleno de barro”. Todo el mundo sabe y se imagina la situación. También se puede expresar así: “No hay derecho a que por culpa de la mala gestión que hace el ayuntamiento, disminuyendo en el ejercicio actual la partida de mantenimiento de las infraestructuras de la ciudad, los ciudadanos como yo tengamos que soportar el mal estado de la mayoría de las calzadas, como la que yo transito con frecuencia. A consecuencia de observar el estruendoso sonido de un helicóptero que sobrevolaba encima de mi cabeza, he perdido el sentido de la orientación personal y he terminado extrayendo de un socavón, el pie lleno de barro. Hecho susceptible de denuncia  evidente o, por lo menos, la existencia de una falta de conciencia ciudadana al comprobar que paseaban otras personas junto a mí y fueron incapaces de alertarme sobre semejante peligro”. En este caso no se sabe si lo esencial es el ayuntamiento, el helicóptero o la solidaridad de los ciudadanos.
Pienso que la verdad es muy sencilla de explicar porque cualquier pieza que escojas del puzle siempre encajará en él. Sin embargo en la mentira el trabajo se complica cada vez más porque al tomar una pieza y tratar de encajarla en el puzle no coincide plenamente, con lo cual hay que fabricar nuevas piezas que disimulen el fallo. Y cuando se recoge el puzle y se mete en la caja resulta que, o bien faltan piezas, o bien sobran piezas que antes no estaban. “Antes se coge al mentiroso que a un cojo”.
De las personas que van con la verdad por delante te fías. Sabes que su fidelidad está en la transparencia de su ser. De las personas mentirosas no te fías, no sabes por dónde te van a salir, generan incertidumbre, no suelen cumplir lo que ofrecen y siempre tienen una mano escondida detrás de la espalda.

Quizás sea muy difícil conocer la verdad o la mentira en toda su amplitud. No creo que nadie pueda adjudicarse la potestad de ser el juez universal que dirime la verdad absoluta de la mentira absoluta. Pero tal vez sea más fácil entender que las personas basamos nuestra convivencia en el valor de la verdad. Porque este valor engendra confianza y a partir de ella el crecimiento personal, el bien-estar y el bien-ser se convierten en motores de desarrollo humano.  

martes, 20 de enero de 2015

¿Creer en el dios de mi religión?

Actualmente, a fuerza de dudar de todo, hemos caído en un exceso de relativismo y éste se ha convertido en el dios del hombre de hoy. Su máxima se resume en “todo es relativo”. Por un lado, las religiones son acercamientos parciales a la idea de dios y suelen estar limitadas por un sistema de normas, creencias, dogmas, mediatizadas por la limitada visión humana. Por otro lado, las religiones no dejan de ser un camino para la búsqueda de ese “dios”, nombrado con diferentes significados, a quien se puede adorar y que introduce al hombre en el terreno de lo misterioso e inabarcable. Algunas personas suplantan al dios de las religiones por otros dioses que, por sí mismos, todavía tienen menos consistencia y entidad, como para asegurarnos el “bien ser” que buscamos. Se ha sustituido la religión por la adoración a pequeños dioses que les parecen útiles para salir adelante en el ahora del presente como son el dinero, el poder, el trabajo, la tecnología, las vacaciones, etc.… Desde la antigüedad y quizás con mucha más fuerza, con la entrada de la postmodernidad el hombre ha conseguido matar al Dios con mayúscula y lo ha cambiado por un politeísmo de pequeños dioses a su servicio. Reverenciar a un ser desconocido, inefable, misterioso, cuando no se es capaz de rebajarse ante nada ni nadie, no está bien visto en quien presume de su ateísmo. Supone un ejercicio de sumisión que al ciudadano normal le chirría en su concepción de igualdad con el resto de los seres. Tiene un costo demasiado alto y susceptible de convertirse en una traba e impedir que hagamos con nuestra vida lo que nos apetezca. La concepción de cualquier dios que no sea el que ha sido creado por el mismo hombre, tiene tintes de autoritarismo casposo. Es someterse al dios que se concibe como retrógrado y totalitario.

Heredados de la mitología griega figuran los grandes dioses conformando una jerarquía en la que el dios Zeus se encuentra en la zona más alta de las deidades. Todos ellos sometidos a un poderoso y agresivo padre que contempla a sus hijos como sus principales rivales a los que hay que suprimir y engullir antes de que les arrebaten su poder. Adorar a un dios poderoso que se alimenta en el interior mismo de los hombres, hace que la persona se convierta en un competidor cuya carrera se limita a tener más poder, más dinero, más influencia en la sociedad utilizando los medios que se encuentren a su alcance para derrocar a quienes le puedan superar en alguno de sus dominios.  Adorar en este sentido significa buscar la propia fortaleza en las fuerzas personales intentando sobresalir sobre los demás. Si el esfuerzo no es suficientemente potente permanecerá en el sometimiento hasta que descubra cómo eliminar al ser superior reverenciado como modelo y paradigma de la razón de ser de su vida. Una vez destruido el dios reverenciado se nombra poseedor del trono conquistado y centra su preocupación en mantenerlo a costa de utilizar a sus súbditos para beneficio personal. De la misma manera que Zeus blandirá el rayo, su arma preferida, para destruir las cosas y a los hombres que se atrevan a desafiar su voluntad. Es una carrera sin medida hacia el cielo de la soledad. Cuando cree que está alcanzando sus mejores metas se encuentra con la realidad de sus debilidades no aceptadas en ningún momento. La desconfianza le ha hecho creer solamente en sí mismo y ese es su principal enemigo a quien no reconoce. Y, sólo es cuestión de tiempo y de oportunidad, otro mucho más fuerte que él le enviará al infierno del abandono. 

Tal vez, después del paso de tantos años, no hayamos avanzado tanto en el descubrimiento del dios que merece la pena adorar. Quizás los paradigmas de religión adoptados por el hombre no han variado demasiado en su origen.  El hombre ha creado a sus dioses y los ha sometido a sus intereses, o bien su aspiración ha sido descubrir al único dios de su interés. En el primer caso lo podríamos centrar en las religiones politeístas y en el segundo en las monoteístas. Está claro que las personas no se plantean en su vida si son monoteístas o politeístas y en función de la opción estructuran sus valores fundamentales. Ni creo que hagan como aquel alumno de primaria en una escuela católica en la que el profesor de religión le pregunta,
- “¿Cuántos dioses hay?”
-A lo que el niño le responde, “Ocho”.
-“Muy bien, hijo mío”, y le sonríe el profesor con cierta ironía.
-“Pues lo he dicho a ojo”, comenta el alumno sorprendido de su acierto.
La religión ha sido y es un pilar fundamental para el ser. En el fondo del corazón humano se desarrolla una búsqueda apasionada por engarzar la vida de alguna manera, en el espacio y el tiempo, con el cosmos y los seres existentes en nuestro universo. Y es el conocimiento de la muerte, como una realidad inevitable, la que nos empuja a escoger la llave que abrirá las puertas de nuestro destino. Desde el mismo instante que nacemos nos encaminamos hacia la muerte. Podemos hacer como si esa evidencia no fuera con nosotros, pero ello no impide que tarde o temprano nos enfrentemos a ella. Acercarse al encuentro de la muerte con naturalidad ayuda a apreciar la vida con mucha más intensidad.

Desde este punto de vista puedo entender un poco mejor el sentido de la libertad humana. La capacidad de escoger, de elegir la belleza que me transporta en el camino de la felicidad hacia el destino que tanto deseo. Caminar a tientas en la elección que me ofrecen las diferentes religiones es un dilema esencial para el ser humano. Nada ni nadie te garantiza con rotundidad que la consistencia de tu fe te transporte al estado de máxima felicidad. Y mucho menos si se concibe la fe, en el caso de los católicos, como aquello que nos da dios para poder entender a los curas, expresando de forma jocosa la actitud de la gente que, sin profundizar en su experiencia interior, bromea despectivamente del sentido de la religión.


El hombre se encuentra solo ante su porvenir eterno. “A mis soledades voy, de mis soledades vengo,..” como señala en su poema Lope de Vega. ¿A quién adorar, en medio de este laberinto existencial? Y la pregunta nos sumerge de forma reiterada en la misma esencia de la condición humana. Apunto dos respuestas posibles ante este gran dilema. Si la religión, concebida desde el punto de vista ideológico, contribuye a que el individuo se sienta confiado, en que de esa forma satisface sus deseos de asirse a algo misterioso que le da fuerzas para dar lo mejor de su persona, entiendo la opción de vida. Aunque también contemplo la posibilidad de caer en el peligro de sacar lo peor del corazón humano en aras a cumplir unas ideas “religiosas” que la persona orienta erróneamente. La segunda respuesta, la oriento hacia aquellos creyentes que profesan una fe explícita, enfocada con humildad a crecer en una humanidad en la que su dios les ayuda a conseguirlo. Profundizar en los valores más relevantes del ser humano, reflexionando y haciéndose consciente de su alcance, contribuye a descubrir la misteriosa conexión entre la naturaleza humana y la existencia de la divinidad que le transciende.
De "Caminar a tientas"

jueves, 15 de enero de 2015

Perdido en la gran tribu

El hombre se mira así mismo y cae en la cuenta de que no sabe a dónde ir. Y si cree que lo sabe, se pregunta para qué. Perdido en la gran tribu de la humanidad quiere encontrar ese faro iluminado que le indique hacia dónde dirigir sus pasos con la consciencia de estar seguro de que es el mejor camino que puede tomar en su vida. Se ha mirado tantas veces en ese espejito mágico que siempre le dice lo maravilloso que es y sin embargo, cada día que pasa se siente más incompleto y vacío que el anterior. En todo su cuerpo le atraviesa una sensación de desánimo que poco a poco le hace sumergirse en un estado de perplejidad ante sí mismo y ante la tribu en la que vive. En alguna ocasión ha intentado salir corriendo y huir de sí mismo, pero se ha topado con la tozuda realidad que le cuestiona siempre. ¿Hacia dónde? Correr en dirección a la búsqueda de algo maravilloso que satisfaga los deseos más queridos en la vida. La cuestión consiste en definir esos deseos que aparecen en el listado: la riqueza, el poder, la familia, la pareja, los amigos, el amor, la felicidad, pero siempre se topa consigo mismo, con su propia fragilidad y su condición de mortal a quien nadie le garantiza el don de la eternidad. Realmente se busca el sentido de la vida en profundidad cuando pierde consistencia aquello en lo que ha creído hasta ese momento. Y la vida se va escurriendo entre los dedos irremediablemente. Sentirse solo frente a su propia mismidad es muy duro. La soledad invita a correr en círculos concentricos cada vez más estrechos en los que solamente existe una única meta: uno mismo. La gran carrera a ninguna parte está en marcha y por lo general, nunca se encuentra una argumentación satisfactoria que confirme la validez de los razonamientos y proporcione la paz necesaria para vivir en plenitud. Echamos en falta un espíritu superior que nos llene el ansia de totalidad. Para algunos es determinante esta situación interior para plantearse de nuevo la relación con aquel dios que años atrás habían abandonado. Todos los caminos que nos llevan hacia el bienestar se terminan en un final, como una carretera cortada que da al abismo. Siempre hay que retroceder para emprender una nueva vía que al final desemboca en otro abismo. Se tienen ganas de encontrar ese sendero que conduce hacia la luz plena no del “bienestar” sino del “bien ser” definitivo.
De "Caminar a tientas"