viernes, 4 de septiembre de 2020

Aulas con corazón

 

Atención personalizada

         Demasiadas veces se atienden a los alumnos como si fueran ovejas. Todos tienen que pasar por el mismo carril. Decimos que realizamos una atención personalizada, cuando en la práctica se convierte en dar cuatro toques para que se ajuste el alumno al ritmo de la clase. Me ha sucedido, en bastantes ocasiones, que un alumno se acerca a mi mesa interrumpiendo la conversación que mantengo con otro de sus compañeros de clase. La urgencia de su interés personal le impulsa a ello. En estos casos siempre procuro decirle al que ha interrumpido, con toda la paz del mundo: ¿Puedes esperar un momento? Estoy atendiendo a tu compañero y quiero hacerlo con especial dedicación. Después lo haré contigo de la misma manera. –La respuesta suele ser de comprensión por parte del alumno que interrumpe y espera tranquilamente a que le toque su turno. Cuando ha llegado el momento de atenderle, lo hago con el mimo necesario y la diligencia oportuna. Pero el acto educativo, creo que  no termina ahí. Después de haberle atendido de manera personalizada, le comento, con delicadeza, por lo menos lo siguiente: “Menganito, ¿has observado? Interrumpir la conversación entre dos personas  es una falta de educación porque no se respeta a los demás. La persona que interrumpe está mostrando un comportamiento infantil. Está diciendo con su conducta: ¡eh! Miradme, no veis que os estoy llamando la atención, no puedo esperar, no controlo mis actos. En  el fondo es un signo de inmadurez.

 

-Tú, en este caso, has sabido esperar y por tanto nos has respetado a tu compañero y a mí. Te felicito. El comportamiento de los adultos se debe caracterizar por el respeto y la deferencia, sabiendo respetar el tiempo de los demás. Hay que tener la capacidad de comprender las necesidades de los otros y aceptar que son tan importantes como las nuestras. Te agradezco tu comportamiento adulto y haber esperado a que terminase de atender a tu compañero. ¿Necesitas algo más? Ya sabes que estoy siempre dispuesto a ayudarte.”

 

En las primeras ocasiones que suceden este tipo de interrupciones suelo comentar a toda la clase la importancia de respetar el turno de atención. Todos tienen el derecho a ser escuchados por parte del profesor y de cualquier persona. Con el tiempo y si esta forma de conducta se convierte en un hábito del profesor, los alumnos aprenden a respetar el tiempo de los demás, a aprovechar esos momentos de espera haciendo otras actividades, sin tener que requerir la atención inmediata del profesor. Además, son instantes en los que el alumno puede desarrollar alguna actividad con autonomía, iniciativa y organización personal. Yo les recomiendo que anoten sus dudas en un papel según les van surgiendo y, posteriormente, las comenten todas juntas.

 

Cuando estoy dando una explicación general a la clase y alguien no entiende algo en concreto, si lo pregunta, procuro contestarle hasta que evidencio que lo ha comprendido. No puedo recriminarle en ningún momento que eso lo debía haber aprendido antes, ni hacerle culpable de que está haciendo perder el tiempo a sus compañeros, ni ridiculizar su incapacidad para seguir mis explicaciones, ni menospreciar con gestos la inoportunidad de su pregunta. Tengo que agradecerle su interés, sus ganas de aprender, la ocasión que me brinda para explicarme mejor, porque seguramente no habré utilizado las palabras adecuadas anteriormente. Debo animar a sus colegas a que actúen  como él, en resumen, hacerle sentir importante, reconocido y valorado por su intervención. La atención personalizada se testimonia en lo particular y se ejemplariza en la colectividad.

Tomado de mi libro “¿Para qué fui a la escuela?” Ediciones ENDE.

https://www.youtube.com/watch?v=UXQYEBWPAaA

martes, 18 de agosto de 2020

Redes sociales influyentes

 

Vivimos en un mundo donde lo importante es ser conocido. Ya sea como idiota o como listo. Da igual.  “No soy nadie” es para los mindundis, para quienes se consideran insignificantes. Hemos venido a este mundo para destacar ante nuestros congéneres, ¡qué pena! Destacar en el vestido, en la altura, en el color, en el dinero, en el coche, en la casa, en las propiedades, en los números que se  manejan en los bancos.

Las redes sociales son el reflejo de ello. A la caza de muchos k (miles) de “me gusta”. Cuantos más, mejor. Hay que sacar la lengua ante la cámara web, pues se saca. Así  los internautas pulsan un + a la “gracieta” de turno. Meterse una salchicha por la nariz, reírse del tropezón de un viandante o hacerse un selfie comiendo un chuletón de dos kilos, mola. Foto, video o streaming. Hay que facilitar al espectador que no lea ni una sola palabra. No vaya a ser que le robe al intelecto el poco serrín que permanece activo en el cerebro, o lo que quede de él.

Que hablen de ti. Para bien o para mal. Lo interesante es no ser ignorado. Que corra la estupidez en las redes como la pólvora. Que se retuitee la sandez a todos los rincones del planeta. Los “influencers” (actuales generadores de pensamiento, tendencias y cultura en las redes sociales) son reverenciados por los adictos al móvil, quienes entrenan a diario a su dedo pulgar hasta alcanzar las más de quinientas pulsaciones por minuto. Ahí están sus “followers” repitiendo, como loritos las chorradas del instante efímero de la moda.

El pensamiento crítico, la reflexión, la lectura a fondo de los contenidos, el amor a la sabiduría que ejercían con tanta maestría los filósofos clásicos son cosas para “aburridos” y “plastas” y “carcas”. ¡Así nos va, claro!

¿De qué sirve ser conocido o destacar sobre los demás si se ha perdido la autoestima? En el fondo es una forma de reconocer el complejo de inferioridad que se lleva a cuestas. Cuando reconocemos que somos diferentes y, precisamente esa diferencia, es la que nos caracteriza como seres únicos, la vida alcanza un aliciente y un sentido. Ser uno mismo es la fuerza que nos impulsa a realizar en este mundo lo que nadie es capaz de hacerlo como nosotros. Esta es nuestra aportación al género humano. Única, especial e imprescindible. Jamás existiría si no fuera porque existimos como seres individuales irrepetibles.

Las redes sociales influyentes, las que importan de verdad, son las que nos afectan más directamente a nuestras vidas. La pareja, los hijos, la familia, los amigos, los colegas del trabajo, la vecindad, etc. Como en los círculos concéntricos que se producen al tirar una piedra a un estanque de agua, el grado de intensidad es directamente proporcional a la cercanía de la onda al epicentro. Es decir, cuanta más cercanía existe en nuestras relaciones más valor tiene la red social para nosotros.

La calidad de las relaciones personales se caracteriza por la fidelidad de los vínculos que se crean entre las personas. Tanto “followers” como “influencers” no son precisamente quienes pulsan un botoncito en el teclado de algún dispositivo electrónico, sino quienes sienten un nexo esencial que afecta al pensamiento, a los sentimientos y afectos más profundos de la existencia.