Para disfrutar de la palabra, del abrazo, de los versos y de los besos.
Tinta y tiempo, palabras escritas con
tinta y derramadas sobre un papel en blanco, son evidencias de las historias
vividas en el corazón. El tiempo es testigo silente de la emociones, del dolor
y del amor. Los versos, besos. Los poemas denuncias encaradas o caricias del
alma. La sensibilidad, la ternura, el viento o la mirada, un rumor de tanta
felicidad hurgada.
Me
gustaría comenzar de nuevo mi etapa de profesor para enseñar a mis alumnos a
desaprender lo que se da por supuesto que es lo que hay que saber.
El
aprendizaje es necesario para adquirir las destrezas más elementales. Claro.
Hay que aprender a comer solos. ¿Qué pasaría si tuviéramos la veintena de
años cumplidos y la mamá todavía tuviera que darnos la papilla, cortarnos los
filetes de carne y acercarnos el vaso para beber agua? Difícil de imaginar,
¿verdad? Está claro que conviene saber las operaciones básicas, sumar, restar,
multiplicar y dividir. Hay que alfabetizarse y si es posible doctorarse, por
supuesto.
Pero sobre todo hay que “ser y
ser feliz”. ¿Qué educador se dedica a ello con todas sus energías?
Enseñar a desaprender la competitividad
como elemento que fomenta la exclusión de alguien en beneficio personal.
Enseñar que el fin no justifica los medios y el respeto a mis semejantes en el
camino es más importante que la meta de llegada. Enseñar a disfrutar de las
cualidades personales y ponerlas al servicio de los demás.
Enseñar a no ser
como el resto del mundo, sino a desarrollar las propias capacidades como
aportación genuina a la sociedad. Enseñar la ética que supera la justicia y la
coherencia que concilia la libertad con la responsabilidad.
Yo
dedicaría toda la enseñanza a ser feliz. ¡Qué importa más que ésto! Yo quiero
ser feliz y toda mi vida la he pasado buscando lo que me hacía acercarme con
más fuerza a la vivencia de ese estado.
Las personas siempre se quejan cuando
no son felices de verdad. Los padres están pendientes de sus hijos con la única
misión de enseñarles a ser felices. Les educan con esa única finalidad.
Sin
embargo, esta sociedad nos está inculcando el dinero como valor supremo y el
poder como la herramienta más útil. Y ahí están los resultados.
Vivimos
enajenados, pendientes de conseguir más para escalar en la pendiente del tener
hasta la cima del sinsentido. Encerramos a los niños en las guarderías, en las
escuelas, en los centros deportivos, en la vorágine de las actividades
múltiples… con la finalidad de disponer de más tiempo para trabajar y ganar
más dinero. Y, así pagar unos días de
vacaciones en verano. Comprar un modelo de automóvil mejor y con más potencia
que el que tenemos. Viajar lo más lejos posible. Cambiar de casa a otra mucho más
confortable.
La felicidad se nos escurre entre los dedos como la mantequilla en
la sartén ardiente.