lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Profesores justos?

         Los profesores ejercemos en el aula muchas funciones, además de las propias de un educador. A veces nos ponemos el sombrero de policía y encontramos en los alumnos las conductas reprobables que merecen ser castigadas. Otras veces no ponemos la toga de abogados o de jueces. Interpretamos los hechos, decidimos qué está bien y qué está mal, emitimos el veredicto de culpabilidad o inocencia, cuantificamos los “delitos” y, no solo eso, sino que además somos los vigilantes de que se cumpla la pena...

         -Los alumnos nos reprochan que muchas veces no somos justos y con razón. Todos los días les estamos valorando. Unas veces en el terreno de la disciplina. Ya sea porque se han retrasado a la hora de la entrada, o en el momento de la entrega de un trabajo, o porque se han reído, justamente, cuando a nosotros no nos parece oportuno. Otras, en el ámbito de las relaciones. Valoramos su atención a las explicaciones, estén o no cansados nos tienen que soportar. Les ponemos numeritos por cada ejercicio que hacen, por cada examen, por cada evaluación. Optamos por calificar su actitud personal si ha sido buena, aceptable, negativa o pasiva. Si salen a la pizarra a resolver algún ejercicio, aunque no quieran, se les expone delante de sus compañeros a hablar de un tema, les interese o no. Simplemente tienen la obligación.

Están dentro de los muros del terreno escolar. Confinados, como en una cárcel, sujetos a las normas que ellos no han elegido. Obligados a aprender contenidos impuestos por el proyecto curricular. Materias diseñadas para responder a las pretensiones de la sociedad. Exigencias dentro de un marco competitivo. Hay que saltar por encima los obstáculos que se les va poniendo durante su recorrido escolar. Superar, curso a curso, un nivel cada vez mayor que el anterior. Hasta alcanzar la meta de pertenecer a la enseñanza superior. Ello quiere decir que se ajustan al sistema. Han cumplido con los méritos que le demanda la sociedad. Al alcanzar ese estadio superior se supone que se habrán cumplido las promesas de tan esperada recompensa final.

"De mi último libro, ¿Para qué fui a la escuela?"




miércoles, 21 de diciembre de 2016

Navidad


No. No quiero quedar bien enviándote una felicitación por estas fechas. Me parece injusto que solamente una vez al año se exprese a los demás un buen deseo. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz año nuevo! Así que no te pienso enviar ningún christmas de navidad, ni una foto enternecedora acompañada por un aforismo, ni un video de animalitos con cuernos volando al ritmo de un villancico.  

Prefiero decirte que más de una vez al año me acuerdo de ti y sé que aunque no hablemos en muchos días, tú estás ahí y, aunque tú no lo sepas, algo has tenido que ver en mi vida.

Prefiero destacar la importancia de nuestra presencia en este mundo. Ser consciente de la vida que disfrutamos cada día y que no merece la pena dejar paso a la tentadora queja que aflora cuando no nos gustamos como somos.

Prefiero sonreír cuando nos encontremos que maldecir el olvido de quienes consideraba como amigos o amigas. Para mí no hay categoría mayor que la de ser persona y solo por ello merece la pena ser respetada en lo que piense, sienta o actúe. No soy quién para juzgar a nadie.

Prefiero dejar que fluya el deseo permanente de que te vaya bien siempre. Aunque yo no tenga conocimiento de ello. Un fuerte abrazo.





jueves, 1 de diciembre de 2016

Sol en diciembre

Silencioso tapiz, verde y blanco.
Extendido en la solana abierta.
Aplastado con la humedad vital
por ese rocío de la mañana.

La sierra vigilante, enhiesta,
allá, sentada, en su trono de gloria.
Los peñascos proyectan sus penumbras,
calientan sus caras duras y desnudas.

Ha llegado el sol de diciembre
Bendiciendo esos hálitos de vaho,
sorbos de niebla, espirados
en ligeros algodones etéreos.

Resplandor. Lumbre viva de invierno.
Sol. Sopor de estío,
en diciembre lucero, cristal en luz.

En el frío fulgor encendido.

Sol-diciembre-vida

lunes, 21 de noviembre de 2016

No son invisibles

INTRODUCCIÓN

          Fran, Felipe, Pilar, Cris,… personas con rostro y nombre, personas con historia, experiencias, sentimientos. Así es este libro.

Con inusitada normalidad desaparece ese rostro concreto cuando en las ONGs de lo social o en servicios sociales se habla de “usuarios”, cuando en política se mencionan las estadísticas de pobreza y sinhogarismo, incluso cuando damos una limosna en la calle. Y si desaparece el rostro, que cerca estamos de la indiferencia, la segunda y definitiva exclusión de las personas en pobreza. El Papa Francisco denuncia esa “globalización de la indiferencia”.

         Sin Techo y de Cartón nos invita a contrarrestar nuestra propia indiferencia, a volver a poner a la persona en el centro; la persona real, de carne y hueso, con nombre. Son más de treinta personas, con nombre e historia, las que en este libro entrecruzan sus vidas y destinos. De alguna forma, casi todos los retratos nos son conocidos. Habla de madres y abuelas, de hombres y niños, de esposas e hijas, de trabajadores y desempleados, de vecinos e inmigrantes, de profesionales y religiosos, de grandes en humanidad y de miserables, quizá de nosotros mismos. Habla de amistad, amor, fracasos,…  


Rafa Roldán, desde una dilatada experiencia de trabajo y voluntariado con personas vulnerables, presenta la vulnerabilidad de la vida reflejada en personas que deambulan, mendigan, viven e incluso duermen en las calles protegidos por cartones. A veces se piensa que la vida que llevan estas personas no tiene nada que ver con nosotros, pero no se puede olvidar que nadie está libre de ser frágil, de cartón. Sin techo y de cartón  es un ejercicio de empatía de ponerse en la piel de cualquier persona vulnerable.

Es un libro que empieza como nos gusta que empiecen los libros, enganchando y sumergiendo al lector en los acontecimientos. Pero se vuelve poco a poco descarnado, provocador, incluso políticamente incorrecto. Pero el lector sabe o intuye que lo que lee es tan real que en un momento dado debe decidir si sigue leyendo o lo deja. Si sigue leyendo quizá decida incluso compartir su lectura; es un libro para la reflexión, el aprendizaje y el debate: en grupo de lectura, en la asociación del barrio, en la carrera de Trabajo Social, en la Cáritas parroquial, entre profesionales de la inserción de uno y otro lado de la mesa.  

         Y finalmente es una lectura que plantea un reto, al estilo de esa serie tan conocida hace unos años: Buscando a Wally. Solo que aquí, en vez de buscar a un divertido joven de jersey a rayas, hemos de encontrar la esperanza. Parece un libro desesperanzado, pero no lo es. Y ese es el reto y el premio: si encontramos la esperanza en esta historia tan cruda y real, descubriremos también en nosotros mismos la capacidad de ver a esas personas vulnerables y darles al menos un destello de esperanza.
        
Jorge Nuño Mayer

Secretario General de Caritas Europa

jueves, 3 de noviembre de 2016

Buenas y malas

                “Hay más personas buenas que malas”. Me lo dijo Andrés, todo un señor de pueblo. Octogenario. Agricultor. Hombre sencillo, cabal. Toda su vida trabajando, para comer, alimentar a su familia, vivir con la dignidad del deber cumplido, una persona que se viste por los pies.

                Curiosamente a este hombre siempre le oído hablar de su trabajo, de sus faenas, sin quejarse, sin reclamar tantos derechos que, seguramente, le son ocultados. Él sólo atiende a sus deberes como persona, como ciudadano, como miembro de una comunidad a la que respeta y colabora con el bien común de todos sus miembros. Es su deber. Además piensa que la mayoría de las personas piensan como él. De ahí su afirmación: “Hay más personas buenas que malas”.

                Frente a esta visión de la vida se encuentra la de aquellas personas que enfocan su visión exclusivamente en sus derechos y olvidan por completo sus deberes. Tienen derecho a una vivienda digna, a un salario digno, a matricularse en la universidad gratuitamente hasta la jubilación, momento en que pasarán a cobrar una digna pensión. Tiene derecho a todo, dignamente claro.

                El deber de esforzarse en los estudios, el deber de colaborar en las tareas domésticas del domicilio familiar, el deber de trabajar en lo que haga falta, el deber de ahorrar para comprar el piso o el coche de sus sueños. El deber de cotizar, pagar los impuestos que le correspondan para mejorar las condiciones de la sociedad en que vive. Sabemos que los derechos siempre van en correspondencia con los deberes. Pero en su vocabulario no existe la palabra “deber”.


                No me gusta la gente que se dedica exclusivamente a reclamar sus derechos y a escaquearse de sus deberes, aunque sea por medio de las rendijas que no contempla la ley. La gente buena prioriza las buenas acciones. La gente mala dedica todos sus esfuerzos a beneficiarse del resultado de los deberes de los demás con la excusa de sus derechos. Y, personas así, “haberlas haylas”. Pese a todo, estoy de acuerdo con Andrés: “Hay más personas buenas que malas”.