lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuando no se puede hablar

            Los borrachos y los niños dicen la verdad. Los borrachos porque el alcohol ha contribuido a desinhibir a la persona que lo ha consumido en exceso. Los niños porque todavía no se les ha “manipulado” lo suficiente como para decir lo políticamente correcto. Y el resto de los mortales vivimos condicionados por un montón de circunstancias. La verdad te puede dejar sin trabajo, sin compañeros de camino, sin partido, incluso sin dientes.

            Estas son algunas de las consecuencias cuando no se puede hablar. Y esta situación se da en las religiones importantes, en las democracias avanzadas, en las sociedades abiertas, en las empresas punteras, incluso en las familias mejor avenidas. ¿Y nos extrañamos que se produzcan en las sectas pseudoreligiosas, en los regímenes dictatoriales, en los sistemas sociales autoritarios o en las empresas que buscan el beneficio exclusivamente personal a costa de los demás?

            Quienes están muy interesados en que no se hable de determinados temas recurren al potente argumento disuasorio denominado miedo. Saben perfectamente que la losa de la amenaza es un arma potente que infunde temor. Pero no se limitan a reducir su arsenal disuasorio a un tipo de misil, utilizan otras estrategias para destruir al enemigo, imaginario o no, de forma radical. Por un lado muestran su patita disfrazada de cordero enseñándola por debajo de la puerta, como en el cuento, regodeándose con la autopublicidad halagadora, reducida a la exposición de sus dudosos méritos. Además ofrecen el oro y el moro a sus lameculos. Los visten con el uniforme de su ejército y les proporcionan la gorra y los galones a cambio de la obediencia ciega.

            Si al mismo tiempo se suprimen las herramientas de comunicación abierta y se infunde el pánico a ser vigilado, se habrá conseguido tapar las bocas discordantes con el régimen. Este es el resultado: un sistema que minimiza los grandes principios éticos, morales,  de libertad, de libre expresión y los reduce a la simple obediencia de lo que se ha establecido que conviene al propio régimen.


            Cuando no se puede hablar, algo se está escondiendo. Ya sabemos que el silencio se puede comprar, la razón se puede demostrar, las encuestas estadísticas se pueden cocinar, la información se puede apagar… Pero la libertad es la única energía que distingue al ser humano del resto de los seres y la dignidad su compañera inseparable. 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Heridas abiertas

El peso de nuestro pasado suele influir de manera importante en la actitud que tomamos para afrontar la vida en el presente. Las heridas abiertas reaparecen una y otra vez cuando en tiempos pasados han sido cerradas en falso. Estas heridas recuerdan la necesidad de tomarlas en serio y administrarles el cuidado conveniente que las cure definitivamente. Algunas personas, cada vez que aflora una herida del pasado, miran hacia otro lado y niegan la fuerza que su dolor reclama. Se distraen desviando la atención con excusas recurrentes y con afirmaciones como ésta, “lo pasado, pasado está”. Creen a pies juntillas que el tiempo es el encargado de borrarlas sin más. Dichas situaciones jamás se resuelven felizmente y se dan casos de llegar hasta los estadios finales de la vida con la sensación de haber soportado un destino desgraciado del cual no se es responsable en absoluto. Algunos creen que manteniendo esas heridas abiertas, no integradas y asumidas, se puede vivir sin ningún problema cuando de hecho están impidiendo que el ser desarrolle sus potencialidades. Esto es cierto siempre y cuando no se confunda la integración con la sedación que supone mirar para otro lado. Por ejemplo, de un acto de deshonra o humillación, los agravios, las injurias recibidas, el maltrato, el escarnio, pueden haber producido una herida lo suficientemente grave  que no siempre va a ser fácil de asumir y superar.
Por estas razones las heridas vuelven a emerger de manera recurrente y sin piedad horadando lo más profundo del espíritu. 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Nochebuena frente a Nochemala

            Esta noche es Nochebuena. Todo el mundo se felicita entre sí. Es la noche de la paz y el reencuentro con la familia y los seres queridos especialmente. Es la noche de la alegría, de la celebración. Un gran tópico asumido por la tradición para muchos, una verdad de fe para los creyentes practicantes y una copiosa cena para quienes pueden permitirse tal lujo.
            Esta noche también es Nochemala. Pero se silencia. Se calla el dolor de las ausencias familiares porque dejaron esta vida. Se aprietan los dientes cuando no se comprende que la familia se ha dividido y es imposible quedarte “exclusivamente” con los tuyos. Se hacen nervios en los preparativos de la cena del año y se derrocha sin conocimiento en regalos inventados de un papá Nosé (está bien escrito). Cuántas personas afirman con cierto pesar: ¡tengo ganas de que pasen estos días!
            Esta noche se enternece el corazón. Toca al menos una vez al año. Tal vez sea uno de los momentos que se recuerde a quienes no cenan nunca. A quienes carecen de abrigo, de casa, de familia, de cariño…Pero estas reflexiones quizás duren unos minutos. No es momento de ponerse trascendente, a cenar.

            Nochebuena o nochemala. Me quedo con la primera sin renegar de la triste realidad de la segunda. Me resisto a ceder terreno a la tristeza, al dolor, al desencuentro, a la rabia. Creo en la alegría que se contagia, en capacidad infinita de reconocer la dignidad de cualquiera de mis semejantes y en esta noche y este día. Creo en todos los tiempos que celebran el nacimiento a la vida.

lunes, 15 de diciembre de 2014