martes, 9 de septiembre de 2014

La palabra

Se está perdiendo el don y el valor de la palabra. La palabra era la fuente principal de las relaciones y la firma del compromiso. Recuerdo las palabras cariñosas de mi madre, las afirmaciones éticas de mi padre, los consejos de los vecinos para que no me hiciera daño y advirtiera el peligro, los saludos sencillos, “buenos días”, “buenas noches”, ¿qué tal está usted?, por favor, muchas gracias, sería tan amable de… La palabra enmarcaba la cortesía para abrir las puertas del otro, marcaba la linde del respeto que le corresponde a cada ser. Al mismo tiempo tenía un significado profundo para todos. Se decía esa persona es una persona de palabra, ello garantizaba que la confianza que se podía depositar en ella estaba a prueba de todo. Los contratos se firmaban dándose un apretón de manos y bastaba la palabra dada para asegurar el cumplimento de lo comprometido en el pacto. Me estoy dando cuenta que ahora las cosas no son así. La gente dice una cosa y lo contrario al mismo tiempo. Todo vale y todo se puede justificar en función de la conveniencia temporal. Cada día aumenta el número de abogados y cada vez tienen más trabajo por la falta de palabra en la que se mueve la sociedad actual. Los triunfadores son aquellos que encuentran rendijas en la justicia y los perdedores quienes se fían de la bondad natural de la humanidad.

De “El mago Mangarín”

Rafael Roldán

lunes, 8 de septiembre de 2014

El olvido

            


Normalmente se  olvidan aquellas cosas que son desagradables. Es una manera de proteger el espíritu de los malos momentos. Sin embargo recordamos los acontecimientos que nos proporcionaron buenos e intensos eventos de felicidad. Incluso la memoria hace un ejercicio de adaptar los hechos pasados a la conveniencia de las exigencias del presente. Son muchos los indicadores que iluminan con nitidez la bondad de las intenciones personales que están cargadas de verdad: la alegría, la celebración, la compañía, la amistad, el encuentro, la comunicación… Casi tantos como aquellos indicadores que expresan la malintencionalidad de las acciones: la tristeza, el individualismo, la rivalidad, la lucha, la venganza, la soledad…
            Hay personas que utilizan estratégicamente el olvido como herramienta para conseguir sus objetivos. Recurren al olvido de los favores que antaño le hicieron sus congéneres. Al olvido de los medios que utilizaron de los demás. Al olvido del trabajo que han realizado otras personas que le sirvieron para llegar a sus fines. Al olvido del apoyo que recibieron cuando se encontraron solos y necesitaban la compañía gratuita. Se apoyan en el olvido que les proporciona no tener ningún miramiento hacia los demás y de esa manera sólo se reconocen a sí mismos como centro del universo. Sin darse cuenta van creyéndose, poco a poco, que son dioses porque ven a personas a su alrededor que les adoran e invocan su poder. Hacen en el mundo una raya con tiza separando a los buenos y a los malos. Los buenos son los servidores del señor y los malos quienes difieren de sus intenciones. A los buenos se les premia con migajas y una zanahoria. A los malos se les castiga con mano dura y con la gran arma condenatoria: el olvido.
            Las estrategias de profundizar en el olvido de algún valor importante son muchas. Una especialmente interesante es aquella que intenta rellenar el espacio con multitud de luces para deslumbrar a quienes miran lo esencial. De esa manera se distraerán embobados en las luces de las bombillas de colores. Pero el corazón humano es demasiado complejo para  no saber que el objeto de su función es bombear la sangre, esencial para la vida. Otra estrategia es cortar la posibilidad de contar con la satisfacción de las necesidades básicas del hombre como la alimentación, el derecho al trabajo o poder disponer de una vivienda digna. Lo primero es comer y vivir, después ya se atenderá a los principios de la dignidad humana, ser libre y cualquier valor personal. Para conseguir desarrollar esta estrategia con eficacia basta con sembrar la amenaza de que se pueda llevar a cabo para conseguir los efectos deseados.

            El olvido de los valores es difuso, no así el olvido de cobrar una nómina. El olvido de la injusticia ajena me permite disfrutar sentado en el sofá de la comodidad. No puedo recordar constantemente aquello que me produce heridas y me duele. El olvido de la dignidad es la cárcel de los cobardes y  el arma de los dioses opresores. Cada cual sabe a quién adorar y qué es lo que merece la pena para caminar con la cabeza levantada y el corazón abierto. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Primera clase

Atentos, caídos en la mañana,
cabizbajos, frente al papel dormido.
La punta del bolígrafo rozando los labios
para atraer un pensamiento
que rasgue el blanco escritorio
mañana de septiembre, otoño.

El ruido se derrama en el asfalto
como las sombras de esa nube mágica
que el cielo ha dejado en la ciudad.
Siseo que pones melodía
al silencio del aula.
¡Despierta muchacho! Ha llegado el día.

El profesor entra en el aula,
los alumnos le miran por primera vez
observan sus vaqueros, edad y zapatos de piel.
Primeras palabras de hilaridad,
saludos atentos, cercanía en los gestos,
para caer bien.

Sonríe buscando complicidades
en las que apoyar su sensatez.
Muestra sus mejores encantos,
explica sus pretensiones personales,
reflexionadas, variadas y exigentes
de la cabeza a los pies.

Todos le miran en silencio.
Expectantes por ser el día primero.
Agradar, al menos una vez,
a este profesor novato
que se encuentra frente a ellos
y acaban de conocer.


De "Recetas de aula"
Rafael Roldán

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Comer en familia

Si el hecho de comer con otras personas resulta tan importante para la salud y el bienestar, no digamos nada de los efectos beneficiosos de comer en familia. Sentarse alrededor de una mesa y crear el momento para hablar de las pequeñas y grandes cosas que han sucedido a lo largo de la jornada tiene un impresionante poder de vinculación entre los miembros de la familia. Es una pena observar en los hogares que en el momento de la comida o la cena, en vez de realizar juntos los preparativos para estar juntos mientras se come, cada miembro se preocupa exclusivamente de seleccionar el alimento que va a ingerir y se lo come en solitario frente al televisor. Casi siempre existe la excusa perfecta de la falta de tiempo y la dificultad para establecer un horario común para toda la familia, pero las conductas concretas de nuestras actuaciones siempre responden a los principios personales. En este caso, comer juntos, no se considera uno de los mejores planes de convivencia y comunicación que se consiguen dentro de la familia. La premura del tiempo hace que se prepare la comida a base de platos semipreparados, listos para calentar y comer. Atrás quedó esa comida muy elaborada, casera y por supuesto deliciosa que preparaba la madre con todo el cariño del mundo. La tendencia a la incorporación al mundo laboral de los dos miembros de la pareja, es un obstáculo para coincidir con los horarios escolares de los hijos. Se observa una gran dificultad para compartir momentos comunes en la familia. Desde luego no se puede negar que esta es una realidad costosa de superar, cierto. Pero también es importante reconocer que la ocasión de compartir una mesa conlleva muchas ventajas y posibilidades educativas para los hijos. El conocimiento de la situación anímica de cada miembro de la familia, es un momento de diálogo en el que se puede expresar los sentimientos y las preocupaciones de cada uno, también es un espacio para aprender a comer de manera saludable, una oportunidad para enseñar la ayuda entre todos y la disposición a estar pendientes de cada uno.

Los valores elementales  se transmiten en la familia y momentos como el de las comidas son ideales para transmitir lo que se piensa y se siente de forma natural. Se aprende a hablar y a escuchar. Yo le calificaría como el aula magna de la vida. La felicidad se busca, de alguna manera, en las pequeñas cosas de cada día y la comida en compañía es una ocasión demasiado frecuente como para no aprovechar la fuente de satisfacción y placer que se consigue. Es obvio que el acto de comer, además de su función alimenticia, produce placer. El hecho es innegable y por tanto nos hace sentirnos un poco más felices.
De "Caminar a tientas"
Rafael Roldán

lunes, 1 de septiembre de 2014

¿Dónde está?


He paseado por las calles iluminadas en la noche,
he preguntado  a la gente dónde se encuentra
el tesoro que busco, el mayor lingote de felicidad,
la respuesta a la gran pregunta que me persigue.

He dejado mi espíritu abandonado a su suerte
y me ha llevado a la cueva del diablo,
me ha subido en la carroza de brillantes colores
tirada por briosos corceles deslumbrantes.

He probado los manjares más exquisitos,
 y sin necesidad de llegar a los postres
la saciedad se convertía en el principal enemigo
y recuperaba el agua y el pan, mejores amigos.

He mirado en los ojos de los que lloran
por haber perdido a quienes más querían.
En sus pupilas se reflejaba mi pregunta
sin resolver, mi duda subrayada.

Por eso me agarro a una flor y me siento en la luna,
juego con el pelo mojado de las sirenas,
duermo las noches oscuras, cogido por la mano
 de un suspiro de amor, en una canción de cuna.

Rafa Roldán