martes, 13 de septiembre de 2016

3 actitudes claves del educador

Ha comenzado el nuevo curso. El duendecillo de lo nuevo cosquillea la curiosidad de cualquier educador que se precie de tal. El nerviosismo de los primeros días de clase es inevitable. ¿Qué pensarán los nuevos alumnos? ¿Qué impresión daré a mis educandos? Casi con toda seguridad, la mayoría, se concluye con alguna reflexión de este cariz y una respuesta, más o menos, de esta manera: “debo entregarles lo mejor de mí”.
También les sucede algo parecido al alumnado: “Este profesor va a conocer lo que soy capaz de hacer, porque este curso voy a trabajar y estudiar a tope”.

Transcurren los primeros días y casi todo se cumple, tanto por parte de los educadores que se esfuerzan por ser los mejores, como por parte de los alumnos que intentan llevar las tareas al día con la mayor aplicación. Poco a poco, con el paso de los días, comienza un proceso de decadencia y abandono del interés inicial. Un dicho popular lo expresa magníficamente: “Se empieza como un caballo cordobés y se termina como una burra manchega”. Parece como si el tiempo se empeñara, con cabezonería, en borrar las primeras buenas intenciones. Profesores y alumnos, a medida que pasan los días la declaración de principios que se realizó en su momento se va escondiendo en el baúl del olvido.

Reflexión, modelo de vida y atención única.


Tres actitudes claves del educador:

Una:

Es bueno recordar “comienzos y finales” de los cursos anteriores para saber racionalizar  los comportamientos inadecuados que se han repetido a lo largo de la trayectoria educacional. Tomar nota de ellos  y evitar reproducirlos de nuevo.  La reflexión del buen educador  se nutre con permanente lectura, profundizando en su estilo pedagógico y recargando de serenidad su tarea educativa.


Dos:
Los valores básicos el educador los transmite y expresa, con su saber hacer, cada día, en cada clase, en el mismo proceso cotidiano. En ese camino se desgranan las conductas concretas que explicitan la entrega de lo mejor y peor de la acción educadora. La persona es una y es percibida por los demás como una totalidad.  El educador es un modelo de vida para sus educandos, en lo bueno y en lo malo. No se puede transmitir solamente una parte de la personalidad. El ser no se divide en pedazos. Y por tanto es imposible escoger las partes más interesantes de la personalidad del educador y ocultar aquellas otras que no lo son tanto. El educador se manifiesta y transmite de forma holística y se da a conocer en su totalidad.


Tres:

        Entregar  lo mejor del ser persona. Es decir, mostrar, con toda naturalidad, lo que realmente se es. Ofrecer la sonrisa permanente que sale de corazón. Evidenciar el rigor del trabajo y la preparación de las clases diarias. Generar la confianza en las posibilidades de cada educando, como una forma de afianzar su crecimiento personal. Y, sobre todo, creer con toda la fuerza del mundo, que cada educando es único y se merece una atención especialmente única.


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