martes, 10 de marzo de 2015

Estómagos agradecidos

         Hay una especie humana en periodo de desarrollo y aumento progresivo. No tienen nombre y se esconden detrás de las espaldas de quien les protege. Se disfrazan con las auténticas armas de los camaleones para adaptarse perfectamente al color de la tierra que pisan. No piensan, no sienten, no opinan, no se ponen al frente de nada, siempre obedecen órdenes de arriba. Ellos no tienen la culpa de nada, se limitan a cumplir su misión, a salvar a las organizaciones que les dan de comer.

         Suelen estampar en su frente el escudo de la familia dominante y se adornan con los galones y las estrellas del régimen de turno. Ejecutan la misión encomendada sin cuestionar la moralidad de sus acciones. El criterio del valor ético lo delegan en sus superiores que son los que piensan. Ellos están para salvar e imponer su orden con las directrices encomendadas por el dirigente de turno. Sean buenas o malas, éticas o inmorales, responsables o irrespetuosas. Da igual, lo fundamental es servir al régimen que les ha premiado. No piensan jamás en morder la mano que les da de comer.

         Sus argumentos se fundamentan en las normas establecidas por la autoridad máxima. Siguen el argumentario oficial, el pensamiento único no debe dejar nada a la reflexión sobre la responsabilidad personal. Al jefe le preocupa que las personas adheridas a su régimen sean contagiadas por la sensatez y hacen todo lo posible para vacunarlas con la inoculación de ideas diferentes para que sean los propios súbditos quienes se protejan del peligroso virus llamado libertad. Las ideas basadas en la libertad suelen ser potentes armas que cuestionan lo establecido, por tanto, son potencialmente peligrosas. Podría parecer que solo me estoy refiriendo a algunas características de las políticas de regímenes totalitarios. Pero no, también estoy haciendo referencia a las pequeñas organizaciones empresariales, educativas, religiosas e incluso familiares.

         Porque estómagos agradecidos hay en todas las partes. Es más fácil dejarse premiar y aplaudir al que rellena el almacén de tu casa que enfrentarse al opresor que roba en la propiedad del vecino. La ignorancia consentida es complaciente con el tirano hasta que éste viola a la mujer del que siempre mira para otro lado ante la injusticia. Entonces, y sólo entonces, se da cuenta de la perversión de su silencio.

         A estos estómagos agradecidos se les distingue porque cuanto mejor se describe su idiosincrasia menos se reconocen. Han aceptado en su interior que son casi perfectos y se adjudican tal grado de autoestima personal que es imposible tocar su invulnerable corazón. No perciben el vacío que se produce a su alrededor y, como mucho, sienten una cierta distancia que ellos consideran como la medida justa que separa al inculto del docto, al pecador del impoluto. Es la denominada carga del cargo. Son impasibles ante las evidencias que constatan la sobreactuación en sus manifestaciones vacías de autoridad y teñidas del color partidista de su dueño.
        
         Tienden a subir peldaños en la escalera oliendo el trasero de quien está en el peldaño superior. Escalando poco a poco en su ascenso hasta situarse en el nivel de incompetencia. Como afirma el principio de Laurence J. Peter: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. Se les olvida que la escalera está asentada sobre una base inestable y apoyada en una pared de cartón.


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